sábado, 26 de abril de 2014

Aquí llega Eurovisión, edición especial. Ochenterismos.

Como sé que dedicar un sólo post a una década entera es una pena, voy a hacer un pequeño refrito con mis actuaciones favoritas del festival de Eurovisión de los años ochenta. Dejo a un lado cosas de España, porque de eso vamos a hablar más adelante. Y por favoritas me refiero a sonrojantes, en la mayor parte de los casos.

Como ya dije en el post anterior, 1981 tiene cositas de lo más laemtable, aunque no daban para un único post. Yo voy a destacar un par de cosas.

Imaginad que lo primero que os encontráis nada más empezar el festival es una balada coñazo de un austriaco que se cree guapo. Hasta aquí, todo sería normal. Ahora imaginad que el individuo sale con cuatro señoritas detrás, vestidas de cosas raras, y que una de ellas va con un bañador, calentadores de rayas y un casco de rugby. Todas caminan y bailan con dos ritmos únicos, hiper lento y espídico, y la del casco de vez en cuando coge un micrófono y hace "Uhhhhh". Ahora pensad que no tenéis que imaginarlo. Fue real.


En segundo lugar, recuerdo con especial cariño la canción de Finlandia, que después del batacazo del gigante flautista decidió que lo de llevar copias de cantantes era muy molón. Este año se llevaron a un cylon de Rod Stewart que cantaba reagge con un traje digno del Joker puesto hasta las cejas de psicotrópicos. Para soñarlo.


Sólo tres más. Portugal seguía queriendo ser moderna y actual, y se llevó a un pobre señor con pinta regulera, que recuerda vagamente al amado cantante de TELEX. Su voz que no dice nada, sus pintas de colores y sus zapatillas. Los del coro con monos extraños que no se merecen ni Parchís, y una desquiciante canción sobre el playback (WTF?????), unida a una coreografía que da dolor de cabeza y, sobretodo, de cuello, nos hacen pensar que Portugal estaba creando un monstruo sin saberlo.


Irlanda ese año se debió sentir inspirada por las revistas de José Luis Moreno, y llevó al grupo Sheeba, que cantaba una canción sobre el horóscopo (De nuevo, WTF?????). Con trajes dignos de la mejor época de Norma Duval, y una canción a la que le falta sacar de fondo a Quique Camoiras, las pobres se lucieron, aunque para muy mal. Ahí quedó la estela del perfecto Johnny Logan.


Y por último, la joya de la corona de 1981, Emily Starr, de nuevo, cómo no, BELGA. Ese año tocaba que cantara en flamenco, y se lleva ni más ni menos que un tema sobre Sansón y Dalila (Tercera vez WTF??????). Unas bailarinas con abanicos de plumas, trompetas sonando a lo peplum cutre del estilo de Los últimos días de Pompeya, Emily cantando espatarrada perdida, la música disco de fondo, las mujeres del coro vestidas con túnicas, y los hombres... con unos vaqueros rojos y un jersey de rayas. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿No quedaba ya bastante mal cuando cumplías con la coherencia escenográfica? Da igual. Emily sigue cantando "Samson, I love you", y yo lloro de risa cada vez que la veo.


De aquí salto a 1984, año en que España llevó una de las canciones más potitas ever in the naight. Pero la elegancia y el saber estar de España no fueron suficientes en comparación con otra incomparable muestra de mariconismo ilustrado y bien entendido. Los Herreys y sus cadenitas de oro pegadas al cuello, sus politos de colores, sus pantalones blancos y sus botas doradas, eran de lo más cuqui del mundo mundial. la canción no podía ser más tonta, pero ganaron como espíritu de los ochenta gayfriendly, otra vez.


De este año también es el GENIAL Franco Battiato, con su canción I treni di Tozeur. Interpretada a dúo con Alice, destaca la combinación de la voz grave de ella y la aguda de él, el plano conceptual de Battiato por detrás de la morena, su vestido gabardina, y el coro de cantantes de ópera que interpreta en alemán. Franco, como siempre, todo un genio.


En 1985 hubo muy poco sitio para la cutrez y lo excesivo. Este año, junto con el 86, son los más aburridos sin disputa. Sin embargo, algo se puede sacar, como la impagable entrada de Dinamarca. Una mujer que canta con un niño de fondo y tres corifeos. De pronto, el niño encantador y pizpireto se cuela, llevando prendas de ropa robadas a los pobres del coro. Corre por ahí, hace el moñas, y a final sale otro señor, y la cantante, el niño de los huevos y el hombre forman una especie de familia feliz e idílica que sólo merece y quiere que les pequemos una hostieja. Precioso.


Cómo no, este año estuvieron también Al Bano y Romina, con un temita muy mono, llamado Magic, oh, magic. Destaco de nuevo el contraste de voces del año anterior, donde el único hombre se come a todas las voces con patatas, y por favor, la Barbie hada madrina del fondo, que es para comérsela, con purpurina y todo.


Del 86, destaco simplemente una actuación, la de Noruega, que cantaba un tema sobre un Romeo al que no le iban demasiado bien las cosas. El cantante era un feo carismático muy majete. Los bailarines, dos hombres vestidos a la dieciochesca con una coreografía que podía haber aportado más, aunque dudo que mejor. ¡Qué grandes, Dios mío!


El festival de 1987 se celebró en Bélgica, que para todos nosotros ya debería ser la cuna de la horterada en los ochenta. El escenario era una orgía de cuadros, pirámides, esferas y demás figuras geométricas, aunque no dio tanto de sí como cabría esperar, menos mal que estuvo allí Plastic Bertrand, de Luxemburgo, para animarnos un poco y no caer dormidos del todo. Anteriormente, Plastic Bertrand había sido punky, pero se acabó reciclando para Eurovisión. Hubo de cambiar de ropa varias veces en cada ensayo, porque nadie le enocntraba un estilo decente, básicamente por lo impostado de buscarle estética nueva a una persona en dos minutos. El tipo no para, sube, baja, da vueltas, mueve los ojos, el pelo, la tibia y el peroné. La canción tampoco es que valiera mucho. Un año prometedor que se fue al garete.


Para terminar esta travesía por el desierto de la diversión, los blues brothers de cuata regional de Israel, que cantaban una cosa infame llamada La canción de los vagos, más o menos. Ojo al baile, a la desidia que no es de los personajes, sino de la propia organización, la actuación y, en fin, todo. ¡Qué pena, madre mía!


1988 tiene algunas actuaciones decentes, aunque se va notando que nos acercamos peligrosamente a los años 90, una década sobria y llena de baladas preciosas; pero que no termina de ser tan divertida como los últimos años 70 y los primeros 80. Algunas de las canciones, sin ser especialmente infames, destacan más por la estética, que oscila aún entre el colorido y la alegría de los años 80 y la oscuridad de los 90. Primeramente, Islandia llevó una balada típica cantada por un elegante señor con fajín y pajarita rosa, que habla de múltiples influencias en su vida. El tema es realmente pretencioso, porque habla desde Sócrates hasta las más altas cotas de la música clásica. Estimable aunque no demasiado especial.


Turquía repitió grupo. Los MFÖ ya habían actuado en 1985, con un remita que nos recuerda a Café Quijano con aires arábigos. La canción de este año es bastante mejor. Los tres cantantes oscilan entre el noventerismo de andar por casa y el caféquijanismo grotesco. La canción es pegajosa hasta decir basta, y es de lo poco divertido de 1988.


Dinamarca también estaba repetida. ¿Recordáis a la happy family hostiable? Pues aquel año decidieron volver para intentar ganarse la leche que no se habían llevado en 1985. Este año, nos enteramos de que la parejita era en realidad un matrimonio, y de que la cantante principal estaba embarazada. La canción era alegre y pegadiza, acompañada de un cuerpo de baile de señoras con mallas amarillas, tutús y guitarras del mismo color. Una bailarina espídica hace tontadas por detrás, y la pobre cantante intenta bailar con un vestido azul verdoso que parece una tienda de campaña y unos pendientes que pesan casi más que su barriga de inminente parturienta. Ochenterismo que resistía, aunque parece desfasado comparado con lo demás.


Por último, 1988 nos trajo la experiencia del terror en el festival. Grecia llevaba una canción sobre un payaso, cantada por una mujer con vestido rosa y perfecta melena cardada. El primer problema es que llamarse Afrodita Frida es algo que, de entrada, ya da bastante cosa. Si además cada vez que te ríes pones  cara de Chuky y enseñas los dientes como si quisieras comerte el micrófono de rabia, consigues que Europa entera deje de dormir esa noche. Inquietante.


Saltando a 1989, llega el final de la década. Cada vez más, los tópicos de los años 80 se diluyen y los 90 entran con cada vez más fuerza. La diversión parece estar a punto de pasar por tiempos difíciles, aunque siempre nos quedará este ramillete de acusaciones lamentables:

El niño repelente israelí, con su voz de pito de niño de coro francés, que además baila en ortopédico con unos pantalones de corte indefinible es el primer candidato a la mina de pasatiempos del último año de la década. La cantante que sale con él y se parece un poco a Isabel Gemio tampoco ayuda mucho.


Turquía, de nuevo decidió dejarse de modernices y apostar por su folklore. Dos parejas, dos hombres y dos mujeres. Ellos sólo tienen una postura de baile, poniendo un brazo en jarras. Ellas, cantan "bada bada" como en una versión histérica de la música de Sor Citroën. Este es el espeluznante resultado:


Portugal entra en esta lista, más que nada por estética. La cantante principal es completamente noventera, aunque no hay que despreciar a las dos chicas de los coros de detrás, con trajes que mezclan la estética de un futuro posapocalíptico con los diseños del modisto de El gran juego de la oca. La canción es muy entretenida, eso sí.


De nuevo, Dinamarca estaba dispuesta a quitarle el puesto de la horterez de la segunda mitad de década a Bélgica, que fue la campeona de la primera. Este año volvemos a ver al marido de la pareja anterior, incombustible como Chichi Creus, que hace los coros a una señora mayor. Todos cantan un tema del tipo Noche de fiesta, y la señora es un trasunto de nuestra Conchita Velasco en horas bajas. Se supone que la melodía es alegre, sino fuera porque es digna de las excursiones más cutrongas del IMSERSO.


Austria e Islandia fueron los únicos países que aún eran capaces de defender el mariconismo bien entendido en 1989. El primero decidió enviar a un grupo formado por un heviorro con bigotazo, un tipo con coleta y sombrero vaquero y un moderno pasota, que simplemente tocan los organillos a la figura central, un auténtico príncipe de Beckelar perfectamente afeitado, vestido con un esmoquin violeta, monísimo, lleno de laca y de ilusión. Un auténtico contraste entre dos mundos.


Por su parte, Islandia lleva a una pareja. El cantante del piano es normal, anodino. Nada destacable. Pero el otro, ese joven efebo ataviado con un pantalón ancho y una camisa, su pelo cortito, su voz indefinible... y su mirada, que pasa de dulce a inquietante en cuestión de segundos. Es la mezcla perfecta entre chico Fellini y asesino en serie. Brutal.


Y como colofón, una nueva canción de señora mayor, en esta caso, finlandesa. La canción de Finlandia se llamaba Dolce Vita, y no pasaría nada más, si no fuera porque todo se acompaña de ritmos flamencos. Guitarreo bueno, palmas en su sitio, pero cero gracia a la hora de cantar. No nos engañemos, sin florituras y trajes de cosas, no da tanta risa. Así no se vale.



Y dentro de unas horas, un nuevo salto temporal hasta los primeros años dos mil. ¡Hasta pronto!

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