domingo, 25 de agosto de 2013

Libros perturbadores: El maestro del Prado

Hace ya algunos años que leo los libros de Javier Sierra. Supongo que esto puede sorprender a más de uno, teniendo en cuenta que, supuestamente, la gente a quien le gusta la buena literatura no aprecia los best-sellers, y los mira por encima del hombro.

Lo que ocurre con todas esas ideologías extrañas, es que a mí me da bastante igual la opinión de la gente en lo que a mis gustos y preferencias se refiere, sobre todo si estos van acompañados de prejuicios y demás tonterías. No me gusta leer cualquier cosa, pero tampoco paso las tardes recitando a Góngora en mis ratos de asueto. De hecho, al margen de la incalculable aportación de la obra del cordobés a la historia de la literatura, nadie me quita de la cabeza que, en líneas generales, sus poemas son un soberano coñazo y un truño infumable, ¡ea!



Como decía, hace ya algunos años que sigo la trayectoria de Javier Sierra, puesto que, al menos en los temas que toca, hay que reconocerle el mérito de ser un hombre informado. Además, sus historias suelen tocar temas que podríamos calificar de sobrenaturales o conspiranóicos, pero siempre desde el punto de vista abierto de que el lector se encuentra ante una ficción, lo cual es francamente encomiable, teniendo en cuenta que Sierra lleva muchos años trabajando como periodista.

Quizá esta faceta periodística sea, a un tiempo, la virtud y el talón de Aquiles del escritor. Muchas de sus extraordinarias anécdotas e investigaciones suelen ser la base de sus novelas, lo cual les da un punto interesante sin entrar en historias simplonas del tipo de Dan Brown; sin embargo, muchos de sus libros adolecen de una cantidad ingente de información, que hace que la trama resulte aburrida y caiga sin remedio, por muy sugestivo que sea el fondo de la historia, o por muchas horas de investigación que se hayan invertido en ella. En este sentido, creo que uno de los mejores ejemplos es El ángel perdido. La cantidad de personajes, con nombre y apellidos, sumado al constante bombardeo de datos página tras página, me dejaron francamente sobrepasada y aburrida como una ostra.


Otro de los problemas que presentan algunas novelas de Sierra es la resolución de la trama. No creo que haya que juzgar el conjunto de una obra tan sólo porque el final no esté a la altura de la misma, pero, no nos engañemos, un mal final puede suponer la ruina de casi cualquier historia decente. Algo parecido ocurre con La Dama Azul, la primera novela del escritor. La historia es más que interesante, los capítulos son breves, el estilo muy ágil, y los personajes resultan curiosos. La estructura en puzzle funciona más que aceptablemente -no así en El ángel perdido- y al final se aporta una serie de documentos que dan cierta verosimilitud a la novela, y mueven a más de un par de reflexiones -probablemente las del propio Sierra- que hacen que el libro se quede en algo más que un simple best-seller cutre. El problema, como ocurrirá en novelas posteriores, está en el final, resuelto muy por los pelos, deprisa y corriendo y con pocos datos. Esto, dentro de un estilo en el que parece que dichos datos sobran por los cuatro costados, resulta chocante. Lo cierto es que, en el caso concreto de La Dama Azul, ese final rápido y poco efectivo daba más pena que otra cosa, puesto que el resto del libro está bastante bien, y dejo claro que me parece muy recomendable, más ahora, en estas fechas de verano, cuando una lectura ligera y amena es lo mejor para endulzar las vacaciones, o la vuelta al trabajo.

Con respecto a El maestro del Prado, reconozco que yo iba con alguna reticencia. No me apetecía encontrarme de nuevo con una trama puzzle, llena de datos sin sentido y un final flojo. En resumen, tenía miedo de que todos los defectos de las novelas de Javier Sierra se hubieran unido en un único libro, y que hubiera pasado de ser un escritor entretenido, a otro completamente aborrecible.


Nada más lejos de la realidad. La novela gira en torno a un hecho autobiográfico del autor. Siendo estudiante de Periodismo, recién llegado a Madrid desde Teruel, decide pasar parte de su tiempo visitando el Museo de El Prado. En una de sus visitas, conoce a un extraño y enigmático personaje, llamado Luis Fovel, que se ofrece a explicarle los misterios de las obras de la pinacoteca. A partir de ese momento, la historia se articula en torno a la evolución personal del protagonista, que comienza a plantearse su visión de la Historia de una forma completamente distinta. En su aprendizaje, estará acompañado por su amiga Marina -la clásica chica que tiene la virtud de salir lo justo para aportar algo a la trama y no desviar la atención del lector-, y un viejo bibliotecario de El Escorial, que a su vez será quien le aclare -o más bien le sumerja más en el misterio- de su aventura.

En conjunto, la novela es muy entretenida, y en ella se aportan datos, como siempre, pero que sirven de mucho la lector curioso. No hace falta ser un entendido en arte para apreciar las curiosas valoraciones y enseñanzas del carismático Fovel, además de que la edición va acompañada de ilustraciones a todo color de cada una de las obras que van apareciendo a lo largo de la historia, lo cual provoca que nos entren ganas de escufriñar las pinturas y comprobar si lo que de ellas se cuenta en el libro es verdad. Lo cierto es que este detalle resulta muy ilustrativo y muy acertado.

Javier Sierra, mostrando las ilustraciones del libro

Además, el autor ha querido dar vida a su historia con un poco de acción, introduciendo a un extraño personaje que persigue a los protagonistas, quizá por alguna antigua rencilla con el propio Fovel, quizá para que no se descubra la verdad de sus enseñanzas, quizá para prevenir a los jóvenes de algún peligro, o puede que para meterlos en más problemas. Una inclusión que dura lo justo y no se hace pesada ni excesivamente fugaz.

En este caso, agradezco enormemente que Javier Sierra haya abandonado la estructura piramidal -o de puzzle a veces- que venía ofreciendo en anteriores novelas. Hay que reconocer que ha tenido la suficiente vista para darse cuenta de que, para contar esta historia, ésa era la forma menos adecuada. La narración es lineal, sencilla, sin exceso descriptivo ni de diálogos. Es una novela cuya mayor virtud es que cabe en todo lo que promete.

¡Y qué mejor  manera que terminar por el final! Esta vez, el autor ha logrado un final que no me deja buscando páginas inexistentes en el dorso del libro. Lo que digo, es una novela de medidas justas. Un traje que a Javier Sierra le ha sentado como un guante, y que tiene tallaje de sobra para cualquier lector.

Esta foto es un frikerío muy gordo, pero no me resisto a dejarla pasar.
Recomiendo su lectura sin duda, y espero que a la gente le guste tanto como a mí. A primera vista, y después de unos cuantos meses de ventas, parece que muchos lectores están de a cuerdo conmigo. Me alegro de que sea por un buen motivo.


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