viernes, 2 de agosto de 2013

Alter egos

Todos hemos deseado alguna vez ser otra persona. Tanto es así que, de pequeños, buscamos nuestra propia personalidad reproduciendo lo que vivimos en nuestro entorno para normalizarlo y hacer que forme parte de nuestra vida. Jugar a papás y mamás, a policías y ladrones o a las tiendas nos hacía crear una vida idealizada, que, por unas horas, era la nuestra. De hecho, se dice que ese deseo es el mueve a mucha gente a estudiar interpretación, así como otros muchos encuentran gran placer en jugar una buena partida de rol.

Quien más quien menos, todos hemos tenido uno o varios alter egos, figuras a las que admirábamos y deseábamos imitar. Muchas veces se trataba de eso, otras, de una mera cuestión de empatía, o de la mezcla de ambas.

En mi caso concreto, la mayor parte de mis alter egos procedían de la literatura. La admiración por los personajes cinematográficos vino después, y se basaba, en parte, en el Hollywood clásico. El caso es que hoy paso a enumerar algunos de los personajes que quise emular durante los primeros años de mi vida.

Josephine March: Una de las cuatro Mujercitas de Louisa May Alcott. Jo era valiente, y un chicazo cuando era pequeña. Formando un club "secreto" con sus hermanas, representaban las obras de teatro que ella misma escribía. Su gran ambición era ser una escritora de renombre con sus relatos de misterio y amores
apasionados. Pasados los años, renunció al amor fácil de su amigo Laury, a sabiendas de que sería una relación fallida, y se marchó a Nueva York a ganarse la vida. Allí conoció al profesor Bahuer, un hombre sencillo y sensible que adora a los niños. Gracias a él, descubrió la belleza de la ópera, y que para escribir "debe inspirarse en la profundidades de su alma". La vuelta al hogar, con sus hermanas casadas y con hijos, le reportó una pesada melancolía. El final de la historia, con Bahuer dejándole su primera novela, le trae la vida que siempre deseó:

-Pero, yo no tengo nada que ofrecer, mis manos están vacías.

Jo toma la mano del profesor, ambos se resguardan de la lluvia bajo un gran paraguas.

-Ahora ya no están vacías.

¿Quién no siente nada con este final? Jo consiguió heredar la mansión de la vieja tía March y convertirla en una escuela. Con el hombre de su vida, vivirá una existencia pobre, sencilla, dedicada a las letras y a la enseñanza. Puede sonar muy tradicional, pero yo quería ser ese chicazo que subía a los árboles y encontraba el amor verdadero basándose en las cosas sencillas y profundas de la vida.

En este apartado, debo decir que las adaptaciones cinematográficas de Mujercitas me dejaron, en general, bastante mal regustor. En la primera, que en España se llamó Las cuatro hermanitas (1933), Jo era interpretada por Katherine Hepburn, y no me gustó nada. La Hepburn tiene papeles bastante mejores, y su pinta siempre ha sido de demasiado mayor, aun siendo joven. Lo cierto es que tampoco me gustaba eso de "¡Por Cristóbal Colón!" que se pasaba diciendo toda la película. Vale que Mujercitas es moñas, ¡pero no tanto, por favor!


La siguiente adaptación, de 1949, me parece la mejor representación del personaje de Jo, o al menos la que más me gusta. June Allyson está muy bien, y, aunque sigue diciendo cosas como "¡Madre de mi alma!", resulta mucho menos remilgada y elegante, en su carita redonda poseía la firmeza y la dulzura propias del personaje -si no me creen, véanla en Los tres mosqueteros junto a Gene Kelly, interpretando a Constanza- así como ese aire risueño y pizpireto que la hacía tan especial.


Entremedias, recuerdo que, por aquellos años, se emitió una serie de anime japonés que narraba las aventuras de las mujercitas. Al ser una serie de bastantes capítulos, el personaje de Jo podía desarrollarse con mucho más detalle, y reconozco que me encantaba la larguísima coleta que llevaba.


De la versión de 1994 sólo diré dos cosas. En cuanto a la novela, es la que más me gusta. No soporto a la Winona.


Fin.

Anna von Schloterstein:  Quizá este personaje no os suene demasiado a priori. Si digo que es la hermana de Rüdiger von Schloterstein, quizá os suene aún menos. Se trata de uno de los mejores personajes de la saga literaria infantil El pequeño vampiro, de Angela Sommer-Bondemburg.

Anna era una niña-vampiro de pelo rojo. Al ser la benjamina de la familia, fue la última en convertirse, y no podía beber sangre, motivo por el cual bebía leche rancia y batidos de cacao mohosos. Al no ser un vampiro completo, conservaba parte de su humanidad, por lo que no era tan egoísta como el resto de su familia. En realidad, es la novia de Anton, el protagonista de la historia. Lo malo es que a veces era demasiado cursi, le encantaban los vestidos bonitos y los perfumes. Aunque era muy lista y decidida -su hermano la apodaba "dientes de leche", pero todos la conocían como Anna La Valiente- solía demostrar una clara tendencia al drama, mezclando actitudes infantiles con un deseo irrefrenable de ser más mayor de lo que su edad eterna le permitirá .

En las antiguas ilustraciones de Alfaguara, Anna aparecía como una chica pelirroja de ojos grandes, mirada
inteligente y sonrisa pícara. Además, recuerdo que llevaba un enorme tupé casi encima de la frente, y las capas de vampiro, que me encantaban, eran únicamente unos ponchos negros raídos. La verdad es que volar por los aires, viviendo en una cripta, con una vida partida en dos mitades -medio vampiro, medio niña- hacían de Anna un personaje interesante, que trataba de ayudar a Anton y Rüdiger, aunque a veces lo que hacía era crear tramas paralelas que hacían que los chicos se metieran en aún más líos de los necesarios para cualquier chaval de nueve años, sea o no un vampiro.

Sólo conozco una adaptación cinematográfica de las novelas del pequeño vampiro. La verdad, es una castaña pilonga de mucho cuidado. El personaje de Anna está interpretado por Anna Popplewell -la Susan de Las Crónicas de Narnia- y se queda en un secundario soso que en nada se parece a Anna, la valiente pelirroja del tupé extravagante.






Elena: Jim es una de las mejores novelas infantiles de Manuel L. Alonso, publicada por la editorial Anaya, en la colección El duende verde. Elena es una niña que acaba de mudarse con sus padres a otra zona de la ciudad, teniendo que empezar su vida desde cero. Su mayor afición es leer libros de barcos y piratas, y buscar tebeorías para comprar cómics de aventuras. El único amigo que encuentra en su nuevo barrio será su primer amor, Jesús, al que ve todos los días dibujando solo, en la entrada de su portal. Al principio, mientras le espía por la ventana y no sabe cómo se llama, decide llamarle Jim, en honor al protagonista de la Isla del Tesoro.

Jesús "Jim" es un chico introvertido con una gran imaginación, que lleva a Elena a maravillosas expediciones
por el polo norte, o a buscar barcos ingleses que abordar en el Caribe. El problema de Jim es la mala fama que tiene en el barrio, puesto que su padre está en la cárcel. Esto lleva a un vecino desaprensivo a cometer un robo y fingir que Jim es el culpable.

Ante tal situación, Elena no se desanima en absoluto, sino que decide realizar un acto de valor para demostrar la inocencia de Jesús. Subida a un altísimo tejado, convoca a las autoridades para declarar la verdad que ha descubierto, y casi pierde la vida por ello.

Elena, de nuevo, era una chica valiente y decidida, a la que le entusiasmaba leer -he de decir que lo de las novelas de barcos y piratas nunca se me pegó, porque no me gustan nada- y que era capaz de imaginar miles de aventuras sólo con pasear por una calle o un parque. Recuerdo que alguna vez llegué a escenificar el juramento de hermanos de armas que Elena y Jim realizan en el libro. Elena era una auténtica heroína, y como decía Alonso en el prólogo, ojalá la hubiese conocido.

Miércoles Addams: El hecho de que me gustaran los relatos de terror, y el de sentirme normalmente incomprendida y retraída con respecto al resto de los niños de mi edad, me hicieron cambiar hacia otros alter egos que reflejaran mejor esas nuevas ideas que bullían en mi cabeza. Uno de los mejores personajes, que influyó bastante en mi personalidad de aquellos años, fue Miércoles Addams. La hija de la estrambótica y siniestra familia vestía como una colegiala, se pasaba el día seria, sin sonreír, y lo mejor de todo, respondía como una auténtica borde, era una troll en toda regla. 


Si bien en la primera película no brilla tanto -a excepción de la escena de la limonada- la segunda, convirtiéndose en el azote de los pijos del campamento de verano, devastándolo todo y torturando a toda la caterva de niñas rubias y monitores estúpidos, la hicieron ser mi preferencia número uno dentro de los personajes de ficción de mis años cercanos a la adolescencia. ¡Hasta me aprendí aquella absurda canción que le dedicaron los Bom Bom Chip! Miércoles sabía tratar a la gente, eso seguro.

http://www.youtube.com/watch?v=PEPbGimPkDo

Lydia Deetz: Dentro de toda evolución, siempre hay diferentes pasos a los que llegar para alcanzar diversos estadios. En los primeros años de mi adolescencia, mi modelo, tanto estético como de comportamiento, era Lydia Deetz, la protagonista de Bitelchús. El problema, cómo no, era que, de nuevo, la estupenda Lydia era interpretada por la pesada cansina de Winona Ryder, pero en aquel momento no me importaba.

De Lydia, me fascinaban sus pamelas y sus tules, sus velos, sus mitones y sus redecillas. Aquella estética molaba de verdad, no como los polos y los vaqueros ceñidos. Otra cosa que terminé de interiorizar después del ejemplo de Miércoles, fue que yo ganaba mucho más siendo pálida, motivo por el cual no me gustaba tomar el sol, y no quería ponerme morena. La palidez era básica para llevar a la práctica el siniestrismo ilustrado y la actitud antisocial, o al menos eso era lo que pensaba. 


En la serie de dibujos, ya sin Winona de por medio, Lydia terminó por gustarme aún más. Como Anna, llevaba un poncho -rojo, eso sí- y unas mallas ceñidas con mitones negros. En la cabeza únicamente tenía una graciosa coletita. Podía ir vestida como quisiera, y tenía a sus amigas, que no la juzgaban y se lo pasaban fenomenal con ella. Aparte, tenía un secreto, y es que cada vez que llamaba a Bitelchús, se introducía en el mundo de los muertos y terminaba corriendo delirantes aventuras de ultratumba. 



Hace un par de días, una amiga me dijo que le gustaría casarse, y que su boda fuera una fiesta de disfraces de cine. Desde luego, yo tenía dónde elegir, pero el primer nombre que me salió sin pensar fue precisamente ese: "Yo iría vestida como Lydia, la de Bitelchús". Al parecer, hay cosas que nunca se olvidan, y que, por el motivo que sea, nos marcan para siempre.


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