sábado, 16 de febrero de 2013

Nombres y apellidos

Seguro que más de una vez habréis escuchado que hay que llamar a la cosas "por su nombre". Y puede que en alguna que otra ocasión, hayáis escuchado la forma más enfática de hablar de lo que sea "con nombre y apellidos". Y es que, como en cualquier sociedad, la palabra es un medio claro de definición. Ya antes de que nazca un niño, la gente pregunta presurosa cómo se va a llamar. Cualquier mascota, nada más ser presentada en sociedad, es llamada por su nombre. Porque éste lo define de la forma más concreta del mundo. Aunque existan miles de personas o animales que compartan el mismo patronímico, cada uno de nosotros se transforma en alguien único y exclusivo gracias a ese nombre propio y, cómo no, a esos apellidos.

Normalmente, la gente suele sentirse orgullosa de su apellido, a pesar de que se han hecho multitud de noticias, correos en cadena y power points con ejemplos de víctimas de extrañas combinaciones que, más que obedecer a una exhaustiva búsqueda de un distintivo para un ser querido, surgían de lo que yo he dado en llamar la "estrategia Jerónima", por los conocidos versos de la coplilla:

"Jerónima,
lo tuyo no es un nombre,
lo tuyo es una venganza.

Jerónima.
Que el día que te lo pusieron
tu padre estaba borracho
y tu madre estaba de guasa."

Pues sí, amiguitos. ¿Cuántas veces no habremos escuchado el famoso chiste de la señorita Dolores Fuertes de Barriga? Yo lo único que he conocido fue a un tipo que se apellidaba Casado Consuegra, y reconozco que me hacía la mar de gracia. Sin embargo, a pesar de estas inquietantes circunstancias vitales, puede haber gente que saque partido del asunto haciéndose famosa, o, simplemente, tener la excusa perfecta par ser el centro de las reuniones sociales, practicando el sano deporte de reírse de sí misma. 

Otras personas, sin embargo, muestran un ligero desapego hacia su nombre o apellidos, aunque no hasta el punto de repudiarlos o renegar de ellos. Simplemente, les da un poco igual. Es su apellido, el que les ha tocado, y con eso basta.Tampoco es que nuestros apellidos sean algo especialmente relevante, ¿no?

Bueno, a veces, puede que sí. De hecho, se decía que las grandes actrices y cantantes debían ser reconocidas por su apellido, ante el cual había que poner un artículo determinado. De esta forma, la Bernardt, la Guerrero o la Piquer demostraron su valía artística, y la Cantudo o la Pantoja pudieron llegar a creerse que eran alguien. Y eso siempre es positivo y muy pero que muy potito.

Mi relación con mis apellidos siempre ha sido más del segundo grupo. Nunca me he preocupado demasiado de ellos, hasta que las circunstancias me hicieron cambiar de opinión, pero sólo en momentos puntuales. En primer lugar, el apellido de mi madre termina en -s, siendo muy común el que absolutamente nadie se la ponga, ni si quiera en mi trabajo, después de cinco años, donde todavía puedo encontrar algún que otro gazapo. A mí me da la risa, pero siempre pienso: "esto no se cuento a mamá, que viene o los acaba crujiendo".

Ahora, con el asunto este del cónyuge A y el cónyuge B, puede que algunas mujeres puedan preservar apellidos familiares de rancio abolengo. Mi amiga la Medicinera siempre ha tenido ese problema. Dos hermanas, y encima con un segundo apellido que todo el mundo se empeña en poner mal. En su caso, no se trata únicamente de una letra extraviada, sino del cambio completo de la palabra. En cualquier lista, registro o documento oficial, la pobre tiene siempre que acabar montando el pollo porque nadie tiene en cuanta el apellido de su madre. Y eso cuando no se lo quitan directamente, porque el primer apellido es compuesto, y mucha gente se piensa que tras la segunda parte no hay nada más. La vida tiene a veces estos reveses, claro que sí...

Volviendo a mi caso, el segundo problema con mis apellidos surgió a partir de lo que yo denomino mi periodo "antiadolescente". En aquellos años, los típicos macarras sin media bofetada ni cerebro completo, pero con cierto carisma, solían llamarme por mi apellido. Tal vez porque conocían a mis padres, tal vez porque, bien combinado, daba pie a bromas bastante estúpidas (En aquellos años yo decía que mi apellido era como un buen Martini, lo cual producía mucho más cachondeo, cosas de la hipermadurez), o simplemente porque era así, lo que me había tocado, y punto pelota. 

El caso es que aquella chorrada de experiencia me marcó mucho, y, con el tiempo, nunca he soportado que la gente me lame por mi apellido. Existen, por supuesto, honrosas excepciones, como cuando va seguido de un "señorita", o te encuentras en alguna clase de sede u organismo oficial. Entonces sí. En el resto de casos, ni en la facultad, ni con gente nueva, ni en mi trabajo, he consentido que nadie utilice mi apellido par dirigirse a mí. Para algo tengo tres nombres, aunque eso es otra historia que me haría perder completamente el hilo de lo que estoy intentando contar.

Bien, resulta que hace unas semanas me llega un compañero de trabajo. Un tipo un tanto estrambótico al que veo más bien poco; pero con quien me llevo bastante bien. Creo que puede tener algún tipo de problema para relacionarse con los demás, porque hay que reconocer que le cuesta un poco, no siendo en absoluto mala persona. Lo malo es que no se le ocurrió otra cosa aquella mañana que tener un arranque de originalidad, y comenzar a llamarme por mi apellido, alegando que le parecía muy gracioso llamar a la gente así.

Puede que se tratara de la broma de la semana, o de una ocurrencia que hubiera caducado unos minutos después. Pero me negué en redondo a que, en un lugar donde todo el mundo me conocía por mi nombre, empezaran a cambiar la tendencia sólo porque alguien había oído la gracia y le apetecía repetirla. No señor. había que cortar por lo sano, y cuanto antes.

He de reconocer que la mirada láser con la que atravesé a mi pobre compañero era más bien inmerecida, y que mi tono de voz y mis palabras estaban cargados con gangrena pura; pero no me callé. Más aún, no me arrepiento. Más tarde le pedí disculpas, eso sí. Sólo tuve que aguantar que, durante un par de días, me llamara estentóreamente por mi nombre con cierto retintín. Motivo por el cual estuve a punto de soltarle una señora hostia. Afortunadamente, no llegó la sangre al río, y ahora no pasa absolutamente nada. Seguimos con nuestro ritmo de vernos muy de vez en cuando, y llevándonos bien.

Sé positivamente que tal vez este problema con mi apellido no sea más que una gilipollez. Pero supongo que todos tenemos pequeñas chorraditas que, queramos o no, pueden perturbar nuestro ánimo o ponernos a la defensiva. Y, francamente, si en realidad se trata de tales chorraditas, pueden obviarse y hasta resulta graciosas. Y también pueden ser perfectamente evitables y, por supuesto, no reproducibles en nuestra presencia.

No hay comentarios:

Publicar un comentario