martes, 5 de febrero de 2013

Un sueño

Había algo extraño en el pasillo. Y no es que no reconociera dónde estaba. Claramente, aquel era el pasillo, la entrada de su propia casa. 

Y sin embargo... ¿por qué le parecía que aquél no era el pasillo que conocía? La estructura, el lugar que ocupaban los muebles, todo parecía estar en orden, pero, ¿y el color? ¿Y el modelo y la forma de aquellos mismos muebles? ¿Y ella misma, sentada en el suelo, con las piernas replegadas, apoyada contra la mesita del teléfono?

Lentamente, comenzó a incorporarse, mientras observaba despacio toda aquella amalgama de imágenes. A su derecha, la supuesta puerta de su cocina parecía no contener nada tras su quicio, a pesar de que estaba abierta, y una luz fosforescente parecía salir de su misterioso interior.

Una vez de pié, permaneció inmóvil justo delante de la puerta principal. Aquella que debía dar directamente a la calle. No estaba. No era que hubiese desaparecido, ni que se pudiera contemplar el exterior por medio de un hueco en la pared. Daba la impresión de que toda la distribución de la casa -su casa- hubiera cambiado de pronto, y sólo se veía que el pasillo continuaba hacia adelante, un par de metros, hasta lo que parecía ser la entrada a una especie de despacho. 

A través de la puerta abierta, podía distinguirse un escritorio sobre el cual zumbaba una pantalla de ordenador. A pesar de que el camino pareciera estar trazado, no quiso avanzar, y lo que pudo ver aún de pié, junto a ese teléfono que no era el suyo, la dejó tan aterrada, que no pudo por menos que permanecer inmóvil en medio del pasillo.

Una cara asomaba tras la pantalla. Una cara que parecía salir de detrás del escritorio, y que la miraba fijamente, haciendo un extraño y grotesco gesto de sorpresa. Era su cara. ¿Su cara? A primera vista, eso era lo que parecía, de no ser por su pelo corto, peinado hacia atrás, y una especie de leve e insultante bigotillo que lucía. ¿Quién era? ¿Qué quería? La cara masculinizada no profirió palabra alguna. Se asomó, con aquel horrible gesto de pesadilla, y volvió a ocultarse tras la pantalla del ordenador.

Cuando tuvo ánimo para reaccionar, dio media vuelta y, no sin cierta naturalidad, anduvo hacia el salón. Al entrar, volvió a comprobar que algunos muebles estaban en su sitio. Los sofás se encontraban en una disposición idéntica a la de su propia casa, aunque el color y el modelo fueran totalmente distintos. Lo mismo ocurría con el suelo y las paredes. 

Aquella sensación de constante desasosiego, aquella débil vocecita de alarma que la hacía estar continuamente en guardia, le daban una idea cada vez más clara de que aquello no era un hogar, y mucho menos el suyo. De pronto, pudo observar a su padre, sentado en el sofá. El suspiro de alivio que tenía en la garganta no llegó a salir de entre sus labios, pero igualmente se acercó a él. Solo que no lo hizo, al menos, no del todo. Al situarse justo delante de aquel personaje, supo inmediatamente que no podía ser su padre. vestía un extraño batín de color rojo sangre, y las uñas de sus manos eran largas. En lugar de la familiar y blanca pequeña matita de pelo que rodeaba su cabeza, había ahora una voluminosa melena, de un negro brillante. 

Una voz, incesante, repetía en su cabeza, "Papá". La misma voz que hacía unos segundos no había parado de repetirle "Es mi casa". Pero ella estaba segura de que ambas cosas eran falsas, y tuvo miedo. Un miedo indescriptible que le había cerrado la garganta y paralizado las piernas. Un miedo aún más grande y lacerante que el que le inspirara su primera visión, pues se sabía sola, perdida, en un lugar completamente desconocido y engañoso.

Aquel personaje que pretendía ser su padre posaba sobre ella una mirada helada, inerte y voraz. Haciendo acopio de toda la fuerza de que era capaz, finalmente logró soltar un hilillo de voz, que decía:

-No sé dónde tengo que ir.

En realidad hubiera podido decir algo como "No sé salir de esta horrible pesadilla", "¿Por qué no estoy en mi casa?", o cualquier otra cosa que hubiera disipado sus temores y le hubieran hecho recuperar el control de la situación. Pero aquello fue lo único que se le ocurrió.

El supuesto padre sonrió, dejando ver un par de hileras de dientes deformes, sucios y afilados. Aquella era la expresión más espeluznante que ella hubiera visto jamás. Quería salir, salir de allí. Sentía que aquel horrible monstruo que tenía una cierta apariencia mal disimulada con su padre iba a atacarla por no hacer la pregunta correcta, o simplemente porque sí, porque era su naturaleza, porque estaba escrito que aquella visión había sido concebida para hacer el mal. 

Habló. Y ojalá no hubiera hablado. Su voz, gutural y metálica, surgió como si tuviera un magnetófono en las tripas. Retumbaba y parecía oírse en todo el espacio del aquel inquietante salón. Sus palabras, en respuesta a la desesperada petición que ella había hecho, como si fuera una niña pequeña, fueron aún más desconcertantes.

-Bueno, entonces ve por el otro lado.

Y así fue, o así debió ser, porque en aquel momento, la pobre mujer despertó en el sofá de su casa -¡Su casa!- rodeada por un manta, con su padre sentado en el sillón, fumando un cigarro tan tranquilo mientras conversaba animadamente con su hermano. Debieron ver el sobresalto al despertar, o la expresión de los ojos de ella, escrutando cada detalle de la que sí parecía verdaderamente su casa, acurrucada en la manta, sin querer moverse, por miedo a despertar o volver a dormir de nuevo. Debieron verlo. Debieron adivinar la extraordinaria naturaleza de todo aquello, porque, cuando ella se cruzó con su mirada, tierna y comprensiva, ellos preguntaron, sonriendo:

-¿Y bien? ¿Qué has visto?

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